El viento se levanta (Kaze tachinu, H. Miyazaki, Studio Ghibli, 2013)

por ALL 

¡Por fin hemos podido ver El viento se levanta! Y en V.O.S.E., todo un goce, en los diminutos cines Babel de Valencia. La expectación no era poca, pues se trata de la última-última película de Miyazaki. Aunque bueno, esto nunca se sabe a ciencia cierta con Miya-san, que se ha retirado más veces que Michael Jordan. El símil no es del todo acertado, puesto a que aunque ambos serán recordados como los máximos representantes de sus especialidades, El viento se levanta es algo mucho más profundo y bello que jugar en los Wizards con 40 años (salvo alguna cosa, que diría Rajoy)




No nos queremos extender en exceso en ello. Es un filme de complejo formalmente, algo que no me esperaba de Ghibli y menos aún de Miyazaki. Además, ya hay excelentes reseñas sobre El viento se levanta que ponen sobre la mesa la relación con la filmografía de Ghibli la posición que el canto de cisne de Miyazaki ocupará en la historia de la animación. Recomendamos muy especialmente la de Laura Montero Plata (la mayor experta sobre Miyazaki en España) y la de Sergi Sánchez (muy pertinente la analogía entre la naturaleza de los oficios Jirô Horikoshi y el propio Miyazaki).

Si algo he echado en cara siempre a Miyazaki, aunque sea íntimamente, ha sido el andarse por las ramas. En este sentido, La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, I. Takahata, 1988) e incluso Recuerdos del ayer (Omohide poro poro, I. Takahata, 1991) siempre me han parecido películas mucho más comprometidas que las fastuosas recreaciones míticas del realizador estrella. Sólo puedo decir que, como hardcore fan de Takahata, El viento se levanta puede ser la película de Miyazaki que más me haya llegado desde, curiosamente, Porco Rosso (Kurenai no buta, 1992). Y lo hace en buena medida al apartarse de las fantásticas metáforas marca de la casa y al dar, por fin, rienda suelta a la negatividad y el pesimismo que Miyazaki siempre ha intentado reprimir, haciéndose cargo de dos traumas importantes en la historia de Japón: el gran terremoto de Kanto en 1923 y la participación de Japón en la II Guerra Mundial. 





Estamos, sin lugar a dudas, ante la puesta en escena más postclásica de una película del Studio Ghibli. Las escenas oníricas de Horikoshi son constantes a lo largo del filme y sus transiciones a la realidad son un excelente ejemplo de lo que José Antonio Palao ha bautizado como morphing metaléptico (2012:103). Mediante este recurso, las ensoñaciones de Horikoshi adquieren la potencia de un vendaval en la puesta en escena para transmitirnos la concentración del ingenio aeronáutico en sus cálculos.






Tras el muy celebrado estreno de El viento se levanta quedamos pendientes de más noticias sobre la distribución de la última película de la otra mitad creativa de Ghibli, Isao Takahata. Y es que con Kaguya-hime no monogatari (2013), Takahata promete dejar como retirada una de las películas de animación más memorables del estudio.





Bibliografía
Palao Errando, J.A. (2012) "Hiperencuadre/Hiperrelato: apuntes para una narratología del film postclásico". Revista Comunicación, 10, vol. 1, pp. 94-114. 


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